martes, 6 de octubre de 2009

Con la musica a otra parte, al Mcdonald



Invadido por el hambre entré en McDonald con la única intención de comer unas hamburguesas. Quien hubiese dicho que la experiencia daría para escribir en un blog.


Cuando atravesé el arco de la puerta no tardé en notar una gran nube de ese acido que todos conocemos como estupidez. Una pareja estaba sentada en una mesa, ella mordía su hamburguesa y de vez en cuando miraba hacia arriba para darse cuenta que él todavía estaba allí. Mientras, él comía y ni siquiera miraba más allá del kétchup que escurría por debajo de la hamburguesa.

En otra mesa, mas apartada, una familia de bolivianos comían en compañía de los gritos de sus dos hijos de no más de diez años. La mujer miraba al vacio pensando en cómo había terminado su vida, y el hombre ni siquiera era capaz de pensar.

Cuando dejé de fantasear sobre aquella gente me dispuse a unirme a la larga cola, pero mientras guardaba espera no pude creer lo que estaba viendo, un grupo de lo que parecían cinco diminutos zombis extasiados por unas pequeñas maquinas que manejaban en sus manos, mientras su menú infantil esperaba a ser abierto. ¡¡Ni siquiera habían cogido los juguetes!!

Llegó mi turno en la cola y cuando creí que nada mas podía ser raro, apareció mi dependiente: Raúl (Nunca he entendido porque ponen los nombres en esa ridícula tarjeta). Raúl era el típico estudiante que necesita dinero para fiestear y costearse caprichos, pero como ya he dicho no hay nada normal en McDonald, y Raúl no era una excepción.

Todos estaban muy acelerados, ¡lo único que le había pedido eran dos hamburguesas!, pero tenían todos muchísima prisa, y de repente sonó una voz robótica: -¡Coche en el “Mc-auto”!- . Los dependientes, incluido Raúl, comenzaron a moverse como auténticos muñecos de latón movidos por un pequeño mecanismo en sus espaldas, chocando y gritando, hasta que se volvieron a poner de acuerdo y todo volvió al caótico orden anterior.

Por fin conseguí mis hamburguesas y justo cuando me iba a ir de ese aterrador lugar me paré a pensar si también yo sería tan raro como aquella gente.

Fdo: El vulgar secuaz.

3 comentarios:

MANUEL IGLESIAS dijo...

Todos nos mimetizamos con el entorno. Algunos animales lo hacen para protegerse de otros depredadores más fuerte. En una biblioteca pública todo es mimetismo: Silencio, concentración en la lectura; las caras son otras. Los comportamientos humanos son curiosos de observar en cualquier medio. En una piscina, en una Iglesia, en un parque. No debemos dejar de observarnos como especie, sacaremos conclusiones sorprendentes, incluso delante de un espejo.

Candela dijo...

Ahora sí que entiendo lo de la estupidez, guapo, que me habías preocupado.

Estas descubrimientos dan un poco de susto. La próxima vez, ten cuidado donde miras, a ver si miras al espejo y te descubres indistinguible del resto (una peli de miedo, verdad?)

Besitos.

Candela dijo...

Traste, corazón, la última entrada "una mala peli", la escribí pensando en tí.

Besos, guapo.