jueves, 10 de junio de 2010

El hombre de las palabras vanas

Se trataba de un hombre no muy alto, podríamos decir que esbelto y que llevaba bombín porque le había oído decir a alguien que estaba bien tener sombrero por si se te presentaba una buena ocasión para quitártelo. Caminaba lentamente, como quien va a ninguna parte, con las manos a la espalda de manera señorial. Vestía de traje, cubierto con una larga gabardina para protegerse del frío que aún calaba los huesos.

Iba hacia su hogar, un pequeño chalet aislado, en las afueras, delimitado por una valla blanca. Abrió la puerta, colgó el abrigo y el ajado bombín en un perchero y cuando entró en el cuarto de baño algo extraño le llamó la atención. Era el espejo. Estaba lleno de vapor. Vivía solo, así que nadie se había estado duchando antes de que el entrara al cuarto y la ventana estaba abierta… Tomó la toalla y empezó a quitar el vaho del cristal, que ya se condensaba y comenzaba a deslizarse por el espejo en forma de pequeñas gotas de agua.

Cuando el espejo estuvo completamente limpio el hombre se detuvo a contemplarse en el espejo. Un grito ahogado fue lo único que pudo emitir. Su rostro había desaparecido, solo quedaban unas cuencas donde estuvieran sus ojos, dos pequeños agujeros en lo que fue su regia nariz y una raja sin labios que hacía de boca. Ya no tenía arrugas, su piel era completamente lisa, como la de un niño recién nacido, pero incapaz de emitir expresión alguna. Unos gritos invocalizables comenzaron a salir de aquella asquerosa abertura dando lugar a una locura irrefrenable. Se llevó las manos a la cabeza y el cabello se le caía en mechones dejando una calva lisa y redonda que le daba un aspecto de horrible maniquí.

Corrió hacia su cuarto intentando arrancarse esa especie de máscara que su mente le proponía dejándose aquel simple rostro lleno de arañazos sangrantes. No era capaz de tranquilizarse así que se sentó en el sillón emitiendo unas siniestras carcajadas de locura. Agarró con el puño un rotulador que había en la mesilla y un espejito que usaba a veces cuando se recortaba el bigote.

Destapó el rotulador y comenzó a dibujarse un rostro. Coloreó las cuencas de sus ojos de negro adornándolas con unas largas pestañas, encima unas finas cejas y debajo de los dos respiraderos un poblado bigote. Repasó los bordes de la hendidura en forma de labios negros y se dibujó algunas pecas y lunares, pero aun así fue incapaz de mostrar expresión alguna.

Canción recomendada: Yngwie Malmsteen - Voodoo

Escuchar en Spotify

Video de la canción:



Fdo: Paulus Magister

8 comentarios:

MANUEL IGLESIAS dijo...

En algún momento de nuestra existencia miramos al espejo y no reconocemos el rostro que se refleja. Es más, ese dibujo que pretendemos reconfigurár es como un ideal pretendido, es decir como nos vemos. El hombre hueco..Un saludo

Carlos dijo...

COINCIDO CON EL COMENTARIO ANTERIOR.. CUÁNTAS VECES,
SENTIREMOS QUE NO NOS RECONOCEMOS
CUANDO NOS MIRAMOS AL ESPEJO..

ABRAZOS, COMPAÑERO!

Malena dijo...

Te extrañé tanto, mi niño.. A tí, y a tus relatos..

Te dejo muchos besitos!

Male.

Malena dijo...

Mi niño, te espero en:

http://gotasdeaguayvida.blogspot.com/

Espero q te guste el espacio q acabo de crear, para dar gracias y seguir luchando..

Millones de besitos!

Malena dijo...

Bssitos y :)´s para comenzar con sabor dulce, la semana..

Tu amiga,

Male.

[H/C]--(S) dijo...

Hey muchas gracias por encontrarnos :)!

Tenéis un blog que merece mucho la pena

Seguimos en contacto

(S)

Raúl dijo...

Sorprendente y magistral, a mi entender;

UN ABRAZO!

Alina Morricone dijo...

Pues yo no lo veo así, yo veo un hombre que se ponía sombreros y cosas para aparentar, y al final se olvidó de quién realmente era. O NO? jajajaja :P