lunes, 15 de noviembre de 2010
Génesis
Allí estaba de nuevo el muro. Inflanqueable, se alzaba victorioso ante las lágrimas. Catapultas lanzaban piedras llameantes de furia y rabia contenida hacia su estructura, pero el muro, construido a base de golpes en la roca, reía indiferente.
Aprovechando las piedras que le eran lanzadas, el muro crecía en altura oscureciendo todo a su alrededor como si quisiera una eterna sombra.
El paisaje que daba era frío y desolador. Sólo una profunda oscuridad donde ahora las bombillas hacían de estrellas.
Pasaron tres días y aquellas lágrimas comenzaron a rascar la base del muro llegando hasta su más profundo interior. Ese interior que había estado cerrado siempre.
Allí encontraron a un bebé llorando en una cesta de mimbre y rodeado de serpientes. Una de las lágrimas tomó en brazos al niño y volvió a la oscuridad para mostrárselo al muro. En ese momento las serpientes comenzaron a reptar entre los ladrillos de la base carcomiendo su firmeza. Aparecieron grietas en el muro, se oyeron unos fuertes chasquidos y acabó por desplomarse pulverizando cada una de las rocas.
Una inmensa nube de polvo lo cubrió todo por unos instantes. Pronto los primeros rayos de un sol más vivo que nunca aparecieron por el horizonte abriendo un nuevo día.
En cuanto el viento acabó de dispersar la polvareda, las lágrimas se transformaron en lenguas de fuego y se alzaron hacia los cielos soltando chispas de felicidad. Las serpientes mudaron su piel y de su interior aparecieron las águilas majestuosas a las que se enroscaron. Aves y reptiles remontaron el vuelo siguiendo a las lenguas de fuego y el bebé comenzó a gatear.
Canción recomendada: 5ª Sinfonía de Beethoven
Escuchar en Spotify
Fdo. Paulus Magister
Suscribirse a:
Entradas (Atom)